Encuentro Inusual

¨Lo retuvo junto a ella como lo único suyo en un mundo que le era extraño [...] Bajó los párpados ruborosa, sorprendida como la planta que en lugar de hojas parece que le salen ojos por todos lados, pero antes miró a su marido y se desearon con la mirada, sellando el tácito acuerdo que entre los dos faltaba ¨

Miguel Angel Asturias, El Señor Presidente.

Encuentro Inusual
Volver a aquella casa provocaba sentimientos de odio mezclados con el sentimiento innombrable. Emilie envuelta entre los colores verdosos oscuros y azules de la casa, aún creía percibir la figura con el rabillo del ojo de él, pero no, solo era un juego que se burlaba de ella, que buscaba inquietarle. Volvió su mirada hacia atrás con molestia sintiendo que la paranoia le acusaba de enamorada frustrada. Decidió evaporar los pensamientos sobre el individuo que probablemente ya formaba parte del polvo que era desplazado por los vientos despiadados de la época. No había sido el indicado ni el equivocado, solo sabía que la falta de su presencia le dejaba tranquilidad y un vacío que repudiaba día con día.
Dejó que su parte razonable dominara su mente por unos segundos y empezó a buscar por lo que iba. Esa vieja foto. Iba en busca de la sonrisa forzada impresa en el papel, que escondía más que el sentimiento innombrable. Le resultaba difícil recordar en qué cuarto se encontraría, pero el tiempo tenía más vida que su odio hacia los recuerdos de su matrimonio de dos días. Si terminaba a las doce de medianoche no importaba, tenía que encontrarla.
Comenzó caminando por los pasillos alfombrados de un ocre con aspecto acre, sosteniendo aún aquellas palabras tan claras y fijas en su mente.
—¿Por qué yo? ¿Por qué casarte conmigo? Como puedes estar tan seguro si no sientes…—dijo Emilie preocupada
—Cállate. Por favor no repitas eso ni ahora ni cuando estemos casados—. Dijo en un tono tranquilo, pero que logró sonar insípido.
—Entonces… ¿Por qué... — pensaba preguntarle lo mismo, ¿por qué ella? ¿por qué casarse? Pero…
—Por qué, por qué y por qué… porque amor era la palabra que solía decir mi padre antes de dejarle unas cuantas costillas rotas a mi madre, ¿ahora lo comprendes? Deja de repetir lo mismo, ¿no puedes simplemente abstenerte de decir lo mismo?
Emilie solo sabía que a pesar de la ausencia de pronunciar esa palabra, su esencia había estado presente de una manera simple y sencilla, aunque muchas veces lo haya negado. Pero que aceptaba al encontrarse inmersa en Daniel. Jamás creyó que el tipo que tanto le criticó sería su esposo y que se esfumaría de su vida por el simple hecho del capricho de la muerte. Al menos eso creía ella.
***
Sus ojos grises, contemplaban la sonrisa forzada de Emilie impresa en papel. Pero se había hartado de alimentar su sentimiento con un pedazo de papel que solo contenía un mal recuerdo y no lo que realmente había pasado entre él y ella. Sentado en la cama que formaría parte de su patética, pero real relación, ahí se encontraba, preso de un cuerpo frágil y valiente que había sobrepasado el funesto juego de la vida.
***
Emilie, había subido  rápido las escaleras, y había tropezado con uno de los jarrones más grandes. Un ¨ ¡Por Dios!¨ salió desde su único modo de decirlo. Daniel que se encontraba en la habitación más lejana había escuchado ese tono peculiar, y perdido entre los recuerdos decidió ponerse de pie y dejarse llevar por sus sentidos. Pegó su oreja en la pared para escuchar mejor. Pasos, habían pasos que invadían su casa, y junto con ellos la expresión peculiar. Daniel salió de la habitación lentamente, pero en el pasillo solo quedaba el rastro de una soledad imaginaria, sin embargo siguió caminando y abriendo más sus sentidos.
Emilie caminaba tranquilamente, en busca de la fotografía. Sus pasos parecían ser más ruidosos para Daniel, pero de pronto el sonido desaparecía… Daniel tomó entre sus manos un viejo cenicero de porcelana y lo arrojó con furia contra la pared, creía estar alucinando, Emilie no podía estar ahí; eso pensaba él.  Emilie había escuchado el estruendoso ruido y había vuelto a ver hacia atrás, solo el vacío le acompañaba en ese pasillo.
La casa de los lahm nunca había sido de su agrado para Emilie, sus múltiples pasillos y habitaciones le desubicaban donde fuera que estuviese.
Emilie pegó su oído a la pared y escuchó un suspiro que reconocía de memoria, ese suspiro que solo quería decir que él se encontraba molesto. Pero si ¨él¨ no existía más sobre la tierra, ¿cómo era posible que estuviera ahí? Se quedó petrificada, pero su razón le susurraba que siguiera los ruidos. Ella con el puño cerrado golpeó la pared, para verificar si ese él realmente respiraba aún. Daniel con atención miró la pared y supo que un pedazo de concreto les separaba. Se pegó a la pared y trató de escuchar a Emilie. Emilie comenzó a caminar rápido aun pegada a la pared, ambos comenzaron a buscarse. Emilie bajó las escaleras de prisa, Daniel caminó apresurado desconociendo su propia casa, su deseo de encontrar a Emilie le había cegado.
Daniel visualizó un adorno de vidrio y lo arrojó al suelo, para que Emilie se guiara por el sonido. Ella se tranquilizó y dejó que el sonido le indicara el camino correcto, pero su corazón le había puesto una trampa, y llegó a la sala de estar. De nuevo se acercó a la pared para intentar escuchar algo… Daniel recordó de pronto el agujero en la pared de la sala de comida, el agujero estaba cubierto por un cuadro de Dalí; se dirigió al lugar, dando pasos muy pronunciados, Emilie escuchó los pasos con atención y de pronto, también cayó en la cuenta que se encontraba un agujero en una de las paredes. Ese recuerdo había llegado de golpe a su mente reviviendo su sentimiento innombrable. Emilie había llegado, pero no al comedor sino al otro lado del agujero. Esperó que el agujero fuera destapado. Sin mirar el agujero, abrazó la pared con una esperanza que le mantenía irónicamente inmóvil, aunque con el corazón acelerado. 
Daniel arrancó el cuadro de la pared y también rechazó la idea de mirar el agujero. Metió lentamente su mano por el agujero y Emilie bajó su mano con cuidado, y para su sorpresa, ese él tenía el calor de vida aún y estaba compartiendo su calor con su mano.
Emilie salió corriendo, tenía que encontrarlo… Daniel se quedó en medio de la sala de comedor, pensativo. Comenzó a creer que todo era una farsa, que tal vez sus medicamentos le provocaban delirios o que el accidente había afectado su cabeza. Prefirió evadir los sonidos, Emilie no podía estar ahí, pensaba. Colocó el cuadro en su lugar, se retiró del comedor y regresó a la habitación nupcial.
Emilie se llevó una desilusión al encontrar el comedor vacío. La pintura seguía ahí cubriendo el agujero.
«En el cuarto, ¡claro!» pensó Emilie de pronto. Caminó tranquilamente, aún con el mal sabor de boca. ¿Se estaría volviendo loca? ¿Le había afectado tanto la falta de su marido? Un marido, que por supuesto, nunca pidió tener. Pero que sus latidos negaban cuando él pronunciaba ¨Emilie¨ con su acento único.
Daniel, seguía mirando la foto… los pasos de Emilie resonaban en silencio. Se acercaba más al cuarto… Daniel tomó la foto entre sus manos…
«La puerta está abierta» Pensó Emilie desconcertada, se acercó al umbral…
Ambas miradas se habían encontrado y el ambiente oscuro de pronto se llenó de promesas a punto de cumplir y de pactos esperados a cerrar. Sus miradas escondían más que el sentimiento innombrable, sabían que sellarían lo que no se habían atrevido a empezar. Entonces supieron que alimentarían su sentimiento innombrable…