Este es el proyecto de octubre de Miembros de Adictos a la Escritura, espero les guste y opinen qué les parece.
 
¿Celebramos?

 
“Juguemos el juego de la víctima”, eso querían decir esos ojos faltos de vida pero llenos de un brillo excitante. No tardó ni medio segundo para que una sonrisa maquiavélica se dibujara en su rostro.

Faltaba poco para que los violines en compañía de los chelos cantaran a la luz de la luna, y claro, no podían faltar los tambores tumbando a su paso cualquier atisbo de tristeza.

Tiffany sonrió con mayor disimulo, no quería parecer ansiosa… era su primer año ahí y su primer día en jugar el juego. “¿Qué diría mi madre si supiera lo que estoy a punto de hacer?”. De pronto, el simple mencionar de su madre logró herirle mucho más que el travieso gusano que llevaba jugando en su esófago desde el día en que fue sepultada.

—Sé que te va a encantar el juego, es el único día en el que podemos dejar atrás ese asunto ridículo de respetar a los vivos, en especial a ellos… te divertirás—dijo Jane volviendo a ver a Tiffany con malicia.

—Y ¿cómo se juega el juego? —preguntó sin interés, los recuerdos en su pútrida pero aun humana psique, seguían doliendo.

—Espera el sonido de los violines y sabrás cómo jugar tu propio juego­—extendió sus manos con un deje de locura en su rostro.

El reloj comenzó a correr literalmente por toda la casa, primero las gradas; una, dos, tres, cuatro… ¿Cuándo iba a llegar al dormitorio de las chicas de corazón joven? Sus cortas patas apenas podían con la enorme esfera vieja donde las manecillas giraban como locas. Un escalón, solo uno… cayó desplomado frente a la puerta abierta cuando el sonido del festín rompió por todo el lugar. La melodía se escabulló para toda alma necesitada de libertad.

La casa abandonada ya no formaba parte de un escenario macabro protegido por cinta amarilla. La fiesta había comenzado y el juego sería la parte más importante.

—Muy bien, que comience el festín—se puso de pie eufórica. Caminó tranquilamente tarareando una canción, dejando a solas a Tiffany.

—Pero y adónde vas… —observó como la silueta de su amiga desaparecía en medio de unas luces parpadeantes en el piso de abajo.

Si tuviera su corazón aun latiendo estaría a mil por horas, no sabía de qué iba todo ese asunto de la fiesta. Bajó las escaleras con cautela, las luces lucían espectralmente bellas. Salió de casa, no había nadie más que ella y el sonido delirante acompañándola, convenciéndola a cada instante.

El aire estaba cargado de un presentimiento latente que no le parecía para nada bueno, la oscuridad de la noche ocultaba una silueta, ella lo sabía, podía sentirlo… ese olor, era el mismo que inundó su nariz el día de su muerte, esa acre sensación que difícilmente olvidaría. Caminó sin saber que realmente lo hacía. La luna, las estrellas y la neblina revistieron la noche de un creciente sabor a pesadilla, pero no para Tiffany. Lo que quedaba de su corazón se agitó con locura como si tuviese sangre que bombear, la excitación había tomado entre sus brazos por primera vez. La música la empapó de su dulzura y la incitó a que hiciera su primer movimiento.

La figura oscura, súbitamente le resultaba familiar. Los tambores se dejaban notar con más agudeza. Era un hombre. El violín se sumergía hasta el fondo de su ser. Era el dueño del acedo olor de aquella noche. La música se detuvo de repente. El encuentro entre el ser vivo y la muerta se había dado por hecho, el juego estaba a punto de comenzar. Jane apareció detrás de ella y con un “te lo dije, será muy divertido. Hazlo” en susurros al oído; la empujó hacia el sujeto que alguna vez entre risas, decidió, con afilados trazos acabar con sus respiraciones. 

La orquesta retomó su ritmo e hizo que la noche brillara aun más ante los ojos de Tiffany. Un tumulto de compañeros más, que fueron olvidados a tan temprano momento, se encargaron de tomar los brazos del sujeto que se sacudía violentamente. Entre la aglomeración se podía percibir un solo rostro que se resumía en la misma emoción que sentía en esos momentos Tiffany.

—Toma—dijo Jane acercando una navaja pequeña.

La fiesta comenzaba y el juego también; los olvidados danzaban, los niños cantaban; los soñadores tocaban con entrega. La multitud esperaba, hasta que finalmente Tiffany jugó su propio juego entre cortadas y risas, tal y como alguna vez pasó con ella.

¿Matarlo? ¿Para qué? Su rostro de angustia sería la mejor espera que podría tener para cada 31 de octubre.

Estaba en su mente, sí, lo estaba. Ser la víctima no resultaba tan divertido cuando la chica que resultaba frágil le torturaba. Qué importaba si solo podía hacerlo en su mente, podría contemplar su locura cada año.

Pesadillas. Ataques de pánico en medio de la calle. Llantos. Miedos… esa palabra, miedo, saborearla desde el otro lado significaba un poco gratificante para Tiffany. Más aun si ella las provocaba al que fue su victimario.

¿Jugar el juego? ¿Celebrar la fiesta? Por qué no.